Alfonso Mareschal
Expertos

La trayectoria del doctor Rodríguez Lozano le ha llevado por lugares que jamás se hubiera imaginado, desde su clínica dental en Tejina (Tenerife) hasta el epicentro de las instituciones nacionales, europeas ¡y mundiales! Siempre, con el objetivo de prevenir el tabaquismo, alertar de sus riesgos y hacernos dudar de ciertas campañas o productos nuevos, vinculados, directa o indirectamente, con la industria tabaquera; un mercado que, a pesar de tener cada vez menos usuarios, al año sigue siendo responsable de más de 8 millones de muertes.

PREGUNTA: El pasado mes de mayo, en torno a las celebraciones del Día Mundial Sin Tabaco, la Organización Mundial de la Salud (OMS) le condecoró, junto a otros cinco colegas, por su lucha contra el tabaquismo a lo largo de más de 20 años –a nivel autonómico y nacional, claro, pero también europeo–. ¿Cómo –y por qué– empieza esa lucha?

 

RESPUESTA: Bueno, esto arrancó hace algunos años más [risas], cuando era secretario del Consejo General de Dentistas y aceptamos el encargo del Ministerio de Sanidad de articular una campaña de diagnóstico precoz y prevención del cáncer oral, que implantamos en toda España y donde confirmamos que los principales factores desencadenantes del cáncer oral eran el alcohol y el tabaco. A partir de ahí, no paré de formarme: hice un máster sobre tabaquismo por la Universidad de Cantabria, empecé a representar al Consejo de Dentistas en la materia, dentro del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo (CNPT), que, por cierto, luego terminaría presidiendo. Durante mis dos mandatos –que son los máximos en que uno puede ejercer de presidente– se aprobaron, además, unas leyes muy importantes en la materia; y gracias a la presión que ejercimos en el Parlamento, al enorme consenso –que, bajo mi punto de vista, es como deberían salir todas las leyes– y al debate mediático, sanitario y social que se originó; es decir, gracias a que ejercimos de lobby “bueno”. Después de aquella época, que fue apasionante, pasé a ser representante del CNPT en Europa, dentro de la Red Europea de Prevención del Tabaquismo, que también presidí, y fue la que me permitió conocer de primera mano lo que se hacía al respecto en otros países europeos, así como debatir y reunirnos con diversas entidades e instituciones.

 

En Canarias, una de las iniciativas que más repercusión tuvo –y que la OMS también destacó– fue la relacionada con el proyecto “La Graciosa Sin Humo”, que, lejos de lo que pudiera parecer, era una estrategia de Philip Morris para promocionar –y vender– su tabaco sin humo; algo prohibido, tanto a nivel internacional como nacional, por la colaboración con organismos oficiales –en este caso, el Ayuntamiento de Teguise–, pero que, con un gran esfuerzo, logramos frenar y ganar notoriedad. En parte, el galardón premia todo eso, y es un honor haber sido la primera persona española en recibirlo –que no institución, pues comparto el mérito con el propio CNPT o la ONG nofumadores.org y la Unidad de Tabaquismo del Instituto Catalán de Oncología, entre otros–.

 

P: Con ese reconocimiento, la OMS pretende visibilizar –y prevenir– los riesgos derivados del consumo de tabaco, que, no lo olvidemos, son la causa directa –e indirecta– de más de 8 millones de muertes al año. ¿Cree usted que estamos lo suficientemente concienciados?

 

R: Cada vez más. Creo, de hecho, que los sanitarios hemos ido transmitiendo el mensaje de un modo cada vez más claro; y también hemos sabido predicar con el ejemplo. No en vano, hace años los médicos fumaban una barbaridad, como todo el mundo, y ahora es muy raro verlo, especialmente si su especialidad está íntimamente relacionada con los problemas derivados del tabaquismo, como puede ser la neumología, la cardiología o la odontología.

 

Por otro lado, la población –en general– también se encuentra bastante concienciada, y los datos que lo corroboran son muy esperanzadores. Por ejemplo, según la última ‘Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España’ (ESTUDES), el número de mujeres y varones de entre 14 y 18 años que fumaban habitualmente en el año 2000 y el número de mujeres y varones de entre 14 y 18 años que fuman en la actualidad –o que, al menos, lo hacían en 2023, que es cuando se publicó la última edición de esta encuesta– se ha reducido considerablemente, pasando de un 23 % a un 7 – 9 %, según sea el sexo de lo se encuestados; aunque es verdad que el cambio obedece a que los jóvenes, que, junto a las personas desfavorecidas, son los mayores objetivos de las empresas tabaqueras, se han pasado otros productos.

 

Si la tendencia continúa así, a la baja, las empresas productoras de tabaco empezarán a tener problemas serios y a quedarse sin clientes. Y es que, si los sanitarios somos capaces de transmitir e informar adecuadamente acerca de los riesgos del tabaco; si logramos aumentar la percepción del riesgo en la sociedad, conseguiríamos que los jóvenes no empezasen ni a fumar, y eso sería un gran hito.

 

P: Si le parece, ¿por qué no aprovechamos esta charla para recordar esos potenciales peligros?

 

R: Por supuesto. Y me gustaría empezar hablando de la nicotina, que es una sustancia que las tabaqueras se han empeñado en defender como si fuera café con leche, es decir, como si fuera adictiva, pero no tóxica. ¿Qué sucede con esto? Pues que las sustancias que son sólo adictivas, pero inocuas –o las que son sólo tóxicas, pero no generan adicción–, no nos importan demasiado. Es la combinación de toxicidad y adictividad la que vuelve peligroso un producto. Evidentemente, y por mucho que nos quieran engañar, la nicotina aglutina ambas.

 

De igual modo, un peligro derivado del consumo de tabaco es el coste que termina repercutiendo en el Sistema Sanitario –directa e indirectamente–. Al fin y al cabo, tenemos un Sistema Sanitario público muy estresado y con unos gastos tremendos, donde, por ejemplo, una rehabilitación cardíaca derivada de un infarto resulta costosísima, y no deberíamos saturarlo de problemas que, con un poco de esfuerzo, podríamos evitar.

 

Para defenderlo, hay quien te dirá que el tabaco genera dinero a través de los impuestos, tanto estatales como del Gobierno de Canarias, pero habría que valorar lo que nos está costando en calidad de vida y sufrimiento. Desde luego, el coste sanitario del tabaquismo es muy, muy alto –y jamás compensará lo que aporta a nuestras arcas, que es mucho menos de lo que demanda–.

 

 

 

 

P: "A pesar de los importantes avances, millones de jóvenes siguen siendo vulnerables, y la asombrosa cifra de 37 millones de jóvenes con edades entre 13 y 15 años consumen alguna forma de tabaco", alerta, también, la OMS; y uno se pregunta: con esto de la prevención, ¿hacia dónde hay que mirar? ¿Hacia las generaciones que ya han experimentado el daño? ¿O hacia aquellas otras a quienes se lo podríamos evitar?

 

R: Para nosotros hay dos grupos fundamentales: los jóvenes y las personas desfavorecidas. Respecto al primero, resulta curioso, porque, tal y como defienden las estadísticas y los estudios, si no se empieza a fumar antes de los 18, es muy difícil que se haga luego; y ya después de los 21 es prácticamente imposible. Lo que ocurre en Canarias es que los adolescentes empiezan a fumar entre los 13 y los 14 años, y ese es un problema grave. ¿Por qué? Pues porque cuando una adicción de este tipo se instaura en la juventud es mucho más difícil de dejar, pues el cerebro no se encuentra desarrollado del todo y es más propenso a acostumbrarse; al igual que, cuantos más años se lleve fumando, más complicado será de abandonar, luego, el hábito. Por eso hay que centrarse en los niños, que es un colectivo bastante complejo –a nosotros, al menos, nos ha costado mucho–, pero que, según los últimos informes, parece que se van concienciando.

 

El otro colectivo en el que hay que centrarse es en el de los desfavorecidos, es decir, la gente que no tiene acceso a la educación y a la cultura, y que suelen ser personas con un nivel económico bajo –o muy bajo, directamente–. Porque eso que vemos en las películas norteamericanas en las que aparece todo el mundo fumando es mentira: si tú vas por las calles de Estados Unidos, los únicos a los que verás fumando serán los inmigrantes, los conocidos como blue collars –o “trabajadores de cuello azul”, que es como se llama a los obreros u otros trabajadores no cualificados– y las personas sin recursos, no a los universitarios –o white collars–, que sí conocen los efectos y riesgos del tabaco. De hecho, este es un colectivo al que es muy complicado llegar bien por medio de campañas, así que debemos aplicar otras medidas, como puede ser el aumento de precios, una medida que algunos consideran injusta, pero que en el fondo se trata de un favor –y, en especial, se trata de un favor para las personas desfavorecidas–. Porque si tú pones una cajetilla a 24 €, como han hecho en Australia, o a 19 €, como en Reino Unido, o a 13 €, como en Francia, lo que estás promoviendo es una medida muy eficaz para prevenir el tabaquismo; al fin y al cabo, ¿quién va a empezar a fumar con esos precios? Así te garantizas que los niños no fumen nunca, y que los adultos que fuman lo empiecen a dejar. Porque a los ya fumadores también hay que tratarlos, por supuesto; porque si fuman es, muy probablemente, por culpa de la sociedad y los profesionales, que no hemos sido capaces de trasladar nuestro conocimiento de un modo adecuado.

 

En resumen: hay que atacar todos los frentes, pero, como no hay una única bala que acabe con el vampiro, se deben intentar muchas cosas a la vez, como las campañas de educación sanitaria, la política de precios, la promoción de campañas y terapias para dejar de fumar, etcétera. Porque si algo bueno hay en todo esto es que la mayoría de gente que fuma quiere dejar de fumar, y nuestro papel consiste en ayudarles.

 

P: Cuando hablamos conF. David Rodríguez García sobre el alcoholismo, nos dijo que no había que hacer grandes distinciones entre quien bebe poco, pero de manera frecuente, y quien bebe muy de vez en cuando, pero en exceso. ¿Cómo quedaría la cosa con el tabaquismo? ¿Sólo deben preocuparse quienes fuman dos cajetillas diarias, o los riesgos aparecen desde la primera calada?

 

R: Si consideramos el tabaco como una droga, al fumador, de alguna manera, hay que considerarlo como a un drogadicto, es decir, alguien que a veces puede desarrollar una adicción compulsiva, y sobre el que se debe procurar, si no su completa eliminación, sí una cierta reducción del daño. Lo que tenemos claro los que trabajamos en esto es que, al final, es tan peligroso el consumo habitual como las caladas puntuales, pudiendo llegar a ser éstas, las desencadenantes de un infarto de miocardio en pacientes con factores de riesgo evidenciados, como la obesidad, unos niveles de colesterol elevados o un mal estado vascular, sin ir más lejos. Porque al fumar un solo cigarrillo ya se produce una descarga adrenérgica importante, la cual contrae las arterias y puede desencadenar un infarto por falta de riego en el corazón. Por otro lado, es probable que en una persona que no para de fumar no se produzca algo parecido, pues su corazón se encuentra habituado y la descarga adrenérgica no es tan fuerte o peligrosa. Dicho así, quizás sea más peligroso fumar un único cigarrillo que fumar dos cajetillas al día, atendiendo a los factores que podrían desencadenar un ataque al corazón; pero, claro, esa persona tendrá más posibilidades de sufrir un cáncer, donde la cantidad y el tiempo de consumo influyen mucho más.

 

Lo que está claro es que el tabaco es peligrosísimo en todas sus formas, variedades y tipos de consumo, desde los cigarrillos industriales hasta los cigarrillos electrónicos o las bolsitas de nicotina –las nicotine pouches–, que ya están empezando a verse por España y que no son sino el enésimo invento de las tabaqueras para mantener a la gente enganchada.

 

P: Siendo así, ¿merece la pena buscar culpables?

 

R: Antes hablábamos de la importancia que tiene el intentar hacer la máxima cantidad de cosas posibles, ¿verdad? Pues, además de ayudar a la gente a que deje de fumar, o a que no empiece nunca, también debemos incidir en las malas prácticas, que son las que llevan a cabo los culpables, precisamente.

 

Es el caso de las tabaqueras, que, como decíamos, tienen miedo a quedarse sin clientes, y lo que están haciendo es transmitir dos mensajes complementarios, pero diferentes, con el apoyo de algunas instituciones o grupos de presión:

 

Primero, que es imposible dejar de fumar, y, como fumar mata, lo que debemos hacer es pasarnos a otros productos que no maten tanto, o que sean un poco más sanos, tal y como han intentado vendernos el consumo de vapeadores o cigarrillos electrónicos, ¿verdad? Lo que sucede es que se trata de una afirmación completamente falsa, es decir, dejar de fumar no es algo fácil, pero todos conocemos a alguien que, con las herramientas adecuadas, ha conseguido abandonar el hábito, así que imposible no será. Pero ese es su discurso, para que los fumadores digan: “si esto cuesta tanto, ¿para qué me voy a esforzar? Lo que sí que voy a hacer es pasarme a una alternativa menos peligrosa”.

 

El gran problema que tenemos con estos nuevos productos electrónicos, o de tabaco calentado sin combustión, es que, al ser muy recientes, no tenemos suficiente experiencia acerca de lo que verdaderamente son capaces de provocar. Y los pocos estudios que hay no son independientes, pues han sido financiados por las mismas empresas que los fabrican, distribuyen y venden. A este respecto, un colega mío suele decir que fumar tabaco convencional es como tirarte de un piso 80, y que consumir cigarrillos electrónicos o tabaco calentado es como tirarte de un piso 20: al final, el resultado es el mismo.

 

P: En todo caso, ¿esos culpables quiénes serían? ¿Las propias empresas tabaqueras, exclusivamente, o también los grupos de presión y las Administraciones Públicas?

 

R: Los tentáculos de la industria del tabaco son tremendos. Yo los viví cuando estaba en Bruselas, y, de verdad, su influencia es impresionante. En aquella época, que fue la del CNPT, un compañero y yo solíamos ejercer de lobby “bueno”, y para ello nos alojábamos en hoteles de mala muerte, íbamos en guagua a las instituciones y nos quedábamos con la boca abierta al ver llegar al que, por ejemplo, hacía lobby por Philip Morris, que viajaba completamente trajeado, en un coche con chófer. Luchábamos contra gigantes, estaba claro; pero ganamos muchas veces. ¿Sabes por qué? Porque la sociedad entendía que nosotros no luchábamos por dinero, sino por la salud y el interés colectivo.

 

Lo que nos pasa a muchos médicos es que no solemos tener la oportunidad de explicar estas cosas; por eso es tan importante la labor que hacéis desde los medios de comunicación: llegar a la sociedad de la manera correcta e instaurar, así, debates tan interesantes –y necesarios– como éstos, que ayudan a la gente a sacar sus propias conclusiones.

 

No en vano, si queremos que se aprueben leyes efectivas –en esta u otra materia–, todos los grupos deberían consensuarlas, y ese consenso sólo se alcanza cuando se ha tenido un debate previo: en los medios y en la calle. Es entonces cuando los políticos saben traducir y reflejar las demandas de la sociedad.

 

Por su parte, las regulaciones son necesarias. Y a veces no queda más remedio, por lo que resulta crucial entenderlas. Además, la gente suele cumplir las reglas, como cuando entró en vigor la última Ley del Tabaco y no hubo ni el más mínimo problema con la gente que iba a un restaurante y, para fumar, tenía que irse a la terraza.

 

 

 

P: ¿Y en Canarias cómo estamos?

 

R: Aquí, lo de los lobbies es terrible. Y a pesar de que, de los cigarrillos que se venden en Canarias –y que no se hacen con tabaco cultivado en las Islas, sino con tabaco rubio americano–, la mayoría son exportados, hay una gran cantidad que se queda y que se vende a un precio ridículamente bajo, lo que favorece el acceso.

 

A este respecto, la hipocresía de algunos políticos resulta evidente. Como cuando desde la Dirección General de Industria me dijeron, en su momento, que no tenía por qué preocuparme, si, total, casi todo se iba fuera… A lo que yo respondí: “entonces, en vez de decirle a los medios que en Canarias exportamos sol y playa, ¿puedo decirles que exportamos cáncer y muerte?”, a lo que ya dijeron que era un planteamiento rastrero. Pero es que rastrero es todo lo demás. Por ejemplo: ¿cómo se explica que en el Parlamento de Canarias se haya planteado declarar al tabaco, o a alguno de sus complementos, como Bien de Interés Cultural (BIC)? ¿O que la Universidad acoja un debate patrocinado por Philip Morris, e impulsado por la Facultad de Enfermería, acerca de las “bondades” de los nuevos productos de las tabaqueras? Yo no lo entiendo, y, de hecho, logramos frenarlo; pero a mí me gustaría que todas esas cuestiones se respondieran. Y no a mí, sino a la familia de cualquier chaval que esté enganchado al tabaco, o de cualquier adulto que, después de trabajar toda su vida, respira gracias a una máquina y con mucho, mucho sufrimiento –que no es sólo para él, sino para todo su círculo–.

 

P: Entonces, ¿qué futuro nos espera?

 

R: Si seguimos así, con las estadísticas avalando un descenso de fumadores –y, sobre todo, un descenso de fumadores jóvenes–, el futuro es esperanzador. El problema es lo que ya nos enseñó cierto libro americano, que la duda es un negocio, y eso es, precisamente, lo que las compañías tabaqueras están viendo. Pero, bueno, debemos confiar en el futuro; sobre todo si somos capaces de seguir transmitiendo –y cada vez más– la percepción real del riesgo asociado al tabaquismo.

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